Al principio Dios creó el cielo y la tierra.
La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas.
Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió.
Génesis 1-3
¡Qué tiempos aquellos de la ceración del orbe! ¿no?, cuando solo llegaba el Señor y decía “que exista la luz”, y simplemente la luz existió, qué lejos estamos de Dios hoy, qué complicados somos y qué pequeños señores hay ahora.
Pensémoslo bien, si hoy el Señor (de la casa) se ve en la obscuridad y dice que exista la Luz, tendrá que:
- Salir corriendo con su recibo vencido a un establecimiento mercantil,
- Pagar,
- Llamar por teléfono a la compañía de Luz para que le reconecten el servicio,
- No bastará con que le repita a la operadora las palabras sacramentales, posiblemente tenga que oprimir el botón de la opción adecuada,
- Esperar unos momentos,
- Explicar la causa del retraso en el pago y que ya se ha realizado,
- Solicitar, de diversas formas -amables y no tanto- que reconecten la Luz porque las tinieblas cubren el abismo.
- Esperar otros momentos
- De de pronto puede decir que la luz existe.
De vuelta en su casa el Señor –el de la casa-, heroicamente recordará las palabras bíblicas y al entrar a su hogar abrirá de un golpe la puerta, oprimirá el interruptor de la luz, al tiempo que dice ¡que exista la Luz!… Y una vez iluminada su bella morada, podrá apreciar que todo es bueno…. O, quizá, solo el rostro de su esposa claramente molesta por su olvido de pagar el recibo.
¿De verdad esta reflexión no nos demuestra lo diminutos que somos hoy?… ¡El Señor! –o sea Dios- solo ordenó que existiera la Luz e iluminó El Mundo, mientras nosotros, con AÑOS de preparación universitaria, posiblemente postgrados, sueldos de clase media, edificios inteligentes, internet de las cosas y mucho más… si nos quedamos sin luz, difícilmente tendremos paz en nuestros hogares -ya no se diga en los corazones-. ¡Qué tiempos los del origen del mundo en donde ser Señor de verdad contaba!
Otro ejemplo nostálgico, -con cuento incluido-. Recuerdo muy bien que mi abuelo era muy esforzado en los obsequios, él conocía las tiendas del centro de la ciudad, sabía en qué calle estaban las especializadas en deportes, ropa, electrónicos, dónde había artículos de piel y también dónde estaban las dos grandes tiendas departamentales de esa época. Antaño, aunque había opciones, eran limitadas y se tenía que ir a buscar el objeto, comprarlo y traerlo a la casa, incluso había que visitar al destinatario del obsequio para entregárselo.
Hacer el regalo para él era importante, nunca me dio un sobre con dinero o una tarjeta de regalo, iba más allá, nunca me dio algo que no me gustara. Se acercaba a mi vida, pensaba en qué hacía, cómo estaba viviendo en ese momento, qué me gustaba y luego recorría las tiendas de la ciudad y elegía algo, esperando que el resultado fuera de mi agrado.
Hoy, con el orbe iluminado y la luz separada de las tinieblas, hemos llegado más allá, no solo tenemos luz -aun en la noche-, hemos creado el internet, el comercio electrónico, las más efectivas vías de distribución y ¡Amazon! Con eso hacer un regalo implica 10 minutos frente a un dispositivo electrónico y buscar la marca y modelo de lo que está de moda, poner la dirección del destinatario y enviar el obsequio -envuelto y toda la cosa-.
Hicimos cómoda la luz, hicimos cómoda la ciudad, la experiencia de compra y la satisfacción de nuestros antojos, pero hemos perdido una parte interesante… la Experiencia de la convivencia humana.
Frente a la comodidad ganada, está perdida la experiencia de caminar por las calles de la ciudad, de tocar, oler, ver los objetos, de comunicarnos cara a cara con el vendedor(a), de elegir el color del papel con que se envuelve, llevarlo de vuelta a casa, y algo casi extinto en la vida de hoy, VIVIR LA EXPECTATIVA de tener el regalo envuelto y esperar el momento de entregárselo al destinatario, imaginando, deseando, que le guste y, llegado el momento, ver el resultado.
Sin duda esto es nostalgia. Sé que el tiempo, la ciudad, los objetos, los abuelos e ¡incluso yo!, somos diferentes a los de entonces, pero hay que pensar cuánta idea de comunidad se pierde por la idea de comodidad, cuánta cercanía se ha hecho virtual, cuánto hemos perdido el contacto físico y qué tan extraño es eso ahora para nosotros, para nuestros hijos.
Detrás de la luz, de nuestras pantallas está creciendo una obscuridad en la comunidad humana real, no las redes sociales, no la comunicación de información, la comunicación de experiencias, de emociones, la que nos hace sentir parte de algo –familia, colonia, Estado, país-
Quizá vale la pena pensar en sentir más, aunque nos lleve cierto tiempo “extra”, el tiempo no es nada si no está lleno de alguna experiencia. No vaya a ser que, cegados por la comodidad, un día salgamos al mundo y veamos que la tierra es algo informe y vacío.